miércoles, septiembre 08, 2010

El bar ideal


*"El bar ideal no existe en Norteamérica. El bar ideal es algo que está más allá de nuestra comprensión. En 1910 un bar era un sitio donde los hombres se reunían durante o después del trabajo, y lo único que había era una barra, un reposapiés de latón, una escupidera, un piano, unos cuantos espejos y barriles de whisky a diez centavos el trago y barriles de cerveza a cinco centavos la jarra. Ahora lo que hay es cromados, mujeres borrachas, maricas, camareros hostiles, propietarios ansiosos que merodean por la puerta preocupados por los asientos de cuero y la ley; un completo griterío a destiempo y un silencio mortal cuando entra un desconocido". En la Carretera, el rollo mecanografiado original. Jack Kerouac, Anagrama,2009, página 210.

*William Burroughs

lunes, septiembre 06, 2010

Vamos por buen camino (La historia de Flash y El Hombre Araña)



Mi abuela lavaba la vajilla. Era la hora de la comida y yo me encontraba en la mesa. Ella sólo volteó a verme, sentía que me preguntaba si ya me había terminado la sopa. Luego, sin decir palabra alguna, comenzó a mover la cabeza negativamente. Le había dicho que cuando creciera me gustaría ser reportero, tomar fotos y trabajar en un periódico. Para mí, todo encajaba a la perfección porque ante la ausencia de mis padres ella, mi abuela, sería la tía May. Yo sabía que no era el único con sueños de justicia.

Ángel, mi vecino, era Flash, el corredor escarlata. Sí, él no me lo confesó. Una vez me encontraba en lo alto de una rama, sentado a la sombra de un fresno. Pensaba en cómo erradicar a los maleantes del barrio que para ese tiempo eran demasiados, sabía que jamás tendría descanso. Entonces Ángel salió de su casa, por segundos se quedó parado en la puerta, observaba para todos lados. Cuando se daba cuenta de que no había nadie más que él, comenzaba a correr hacia la esquina y se regresaba. Anotaba el tiempo de la carrera con gis sobre la banqueta. Avanzaba rápido y progresivamente. Yo lo veía todo desde lo alto de mi guarida.

Una tarde al salir de la colegio lo intercepté. Le pasé mi brazo por sus hombros, lo
aparté del camino y sin verlo a los ojos le dije: no más juegos, sé quién eres: Flash, el corredor escarlata, así que debemos prepararnos más, entrenar, estar listos. De mi mochila saqué algunas de mis revistas del Hombre araña y se las mostré. Él solo volteo a mirarme con el rabillo del ojo y con mirada sospechosa, asintió.


Nos citamos en el techo de una casa vecina. Llegó con una bolsa de plástico cargada de cuerdas que utilizaban en nuestras casas como tendederos. Ahí fue cuando por fin nos miramos a los ojos. Supe que en ese momento nacía una hermandad justiciera. Luego, de entre sus ropas sacó unos lentes. Me dijo:

- Éstos se los tomé a mi padre, póntelos, te parecerás a Peter. Mi padre dice que no son lentes, ¿Acaso cree que yo soy un tonto? Me dice que son unos cubre polvo-. Eché mis cabellos hacia atrás, me coloqué los lentes y asunto arreglado.

En secreto, entrenamos por varios días. Amarrábamos las cuerdas desde la placa de mi casa. Desde la banqueta intentábamos subir al techo. Varias veces, con esfuerzo, lo logramos. Cuando eso sucedía, allá arriba, estallábamos en júbilo y Ángel y yo nos fundíamos en un fuerte abrazo de cuates. Días después tuvimos que suspender los entrenamientos porque algunos chavos más grandes que nosotros se juntaron.

- A ver si ya le paran a su cuento, están dejando en ridículo al barrio con sus jueguitos de nena-. Luego a Ángel le arrebataron las cuerdas, a mí, los lentes me salvaron.


No obstante, con los ejercicios obtuvimos experiencia. En el espejo me veía igual de flaco, todo el costillar asomándose por mi piel pero, me sentía más fuerte y poderoso, eso era lo importante.

La primaria a la que íbamos ya había sido robada un par de veces. Me tocó presenciar el llanto de la profesora Elisa. Impotente, ella gritaba que no podía ser. A la salida le dije a Ángel que no podíamos esperar más. Él me dijo que ya tenía todo listo, que su madre nos había confeccionado unos disfraces. En eso Ángel era diferente a mí que todo lo llevé en secreto. La identidad de un súper héroe debe de quedar en el anonimato.

Nos fuimos detrás del último salón de la escuela. Ángel sacó los disfraces que resultaron dos máscaras nada más. Así de simple. No eran lo que yo esperaba pero servían para que no nos descubrieran. Eran unas máscaras confeccionadas con puros retazos de diferentes tipos de telas: algodón, nylon, terciopelo; todo de varios colores. Su madre, me dijo Ángel, estaba de acuerdo en que estuviera al pendiente del orden y la justicia del barrio. En cambio yo no le decía nada a mi tía May.


Laurita no llegó a clase. Los demás compañeros murmuraban con miedo que estaba raptada en el cuarto de aseo. Ese cuarto siempre permanecía cerrado porque la señora de la limpieza trabajaba de noche. Ángel y yo, que estábamos en el mismo salón, sin dirigirnos palabra alguna y con el sencillo hecho de atravesarse nuestras miradas, asentimos simultáneamente. Digamos una especie de comunicación química entre dos personas en una misma familia.

El momento de actuar fue la hora del recreo. Nos atragantamos rápido con las tortas de chorizo con huevo que a mí me tocó llevar. Ángel se disparó los refrescos de uva. Traíamos los labios de color morado. Escondimos los envases en mi mochila. Enseguida nos acercamos al cuarto de aseo. En un momento en que la mayoría se iba a jugar futbol al patio del otro extremo y que las mujeres se ponían a jugar carreras, nosotros nos metimos por una de las ventanas que se encontraban en lo alto. Por ahí andaban los solitarios de siempre pero, esos no nos importaron. Y era verdad.

En el cuarto se escuchaban unos leves quejiditos. Estaba oscuro. Los murmuradores tenían razón. Le di un codazo a Ángel en señal de que era necesario ponernos las máscaras. Estábamos trepados en unos viejos libreros. Un tipo tenía a Laurita recargada entre las escobas y trapeadores. No parecía que le estuviera haciendo daño. Sin embargo, era un delito que tenía que resolverse.

Ángel se quedó en el librero. Un impulso me llevó a tomar un envase de la mochila. Solo recuerdo los gritos de Laurita, de que ya había matado al profesor. No me reconoció. Ángel como el corredor escarlata que es y yo, salimos como alma que se lleva el diablo.


Días después el profesor de educación física traía la cabeza con un vendaje. Laurita se siguió perdiendo. Creo que los dos comenzaron a sospechar de nosotros pues no quitaban sus miradas de nuestras mochilas. Así que la dupla dinamita que por un momento fuimos, decidieron dejar de ser los héroes que tomaban refresco de sabor uva y comían tortas de huevo con chorizo.


Con el tiempo dejé de frecuentar a Ángel, el corredor escarlata. Su madre me ha dicho que vive lejos de la ciudad, renta una pensión con unos compañeros. Sólo sé que estudia Ingeniería química.

Yo, sigo viviendo con Tía May y estudio periodismo.